viernes, 4 de enero de 2013

Mujer en la luna

Alvaro Ruiz de Mendarozqueta




Raquel Armstrong se fue a trabajar a la Puna como maestra primaria. El primer entusiasmo se le fue entumeciendo por las soledades y las carencias. El paisaje baldío sembrado de piedras le recordaba su sentir. A la noche, a la luz de la luna y de las estrellas conseguía el bálsamo que le permitía continuar. El alivio llegaba a su expresión máxima las noches de luna llena. Caminaba hasta la laguna cercana y se quedaba horas mirando el reflejo congelado en la superficie. Pensaba en subir a la luna aunque sea con la escalera de Calvino. Una noche y sin saber por qué, se metió en las aguas heladas para tirarse a flotar sobre el reflejo; y fue la mujer en la luna.

Luna

Enrique Anderson Imbert




Jacobo, el niño tonto, solía subirse a la azotea y espiar la vida de los vecinos.
Esa noche de verano el farmacéutico y su señora estaban en el patio, bebiendo un refresco y comiendo una torta, cuando oyeron que el niño andaba por la azotea.
—¡Chist! —cuchicheó el farmacéutico a su mujer—. Ahí está otra vez el tonto. No mires. Debe de estar espiándonos. Le voy a dar una lección. Sígueme la conversación, como si nada...
Entonces, alzando la voz, dijo:
—Esta torta está sabrosísima. Tendrás que guardarla cuando entremos: no sea que alguien se la robe.
—¡Cómo la van a robar! La puerta de la calle está cerrada con llave. Las ventanas, con las persianas apestilladas.
—Y... alguien podría bajar desde la azotea.
—Imposible. No hay escaleras; las paredes del patio son lisas...
—Bueno: te diré un secreto. En noches como esta bastaría que una persona dijera tres veces "tarasá" para que, arrojándose de cabeza, se deslizase por la luz y llegase sano y salvo aquí, agarrase la torta y escalando los rayos de la luna se fuese tan contento. Pero vámonos, que ya es tarde y hay que dormir.
Entraron dejando la torta sobre la mesa y se asomaron por una persiana del dormitorio para ver qué hacía el tonto. Lo que vieron fue que el tonto, después de repetir tres veces "tarasá", se arrojó de cabeza al patio, se deslizó como por un suave tobogán de oro, agarró la torta y con la alegría de un salmón remontó aire arriba y desapareció entre las chimeneas de la azotea.